A medida que iban aumentando las emisiones radiofónicas de forma regular, con horarios y programaciones estables, la venta de receptores iba en aumento. Además, la competencia por ampliar el número de oyentes se intensificaba a la par que el incremento de las horas de emisión. Para ello, las estaciones de radio trataron de mejorar su oferta de programación contratando a cantantes, orquestas e intérpretes dramáticos populares. Éste hecho, junto con las inversiones para mejorar el alcance y la calidad de los equipos de emisión, supuso un importante esfuerzo económico.
A partir de ahí surge la tesitura de encontrar un sistema de financiación estable. Surgieron diferentes alternativas, desde establecer un canon por la venta de cada receptor hasta recurrir a donaciones por parte de los oyentes. Pero pronto se advierte el rechazo del público a pagar por disfrutar del servicio, pero parecía estar dispuesto a aceptar las interrupciones publicitarias a cambio de poder disfrutar de sus programas favoritos.
A comienzos de los años 20 la emisora neoyorkina, WEAF decidió poner a la venta tiempo de emisión para que personas y empresas ajenas publicitaran sus productos y servicios. El 22 de agosto de 1922 sale al aire el primer anuncio radiofónico. Surge así la publicidad en la radio.
Pero pronto aparecieron resistencias. El secretario de Comercio, Hebert Hoover no veía con buenos ojos la "corrupción publicitaria" de unas ondas de titularidad pública. A partir de ahí, para no desatar la ira del secretario de Comercio la mayoría de las emisoras optaron por la vía de publicidad indirecta. Los programas se vendían a los patrocinadores y los nombres de la compañía se unían al del programa, como ocurrió con The Palmolive Hour o Voice of Firestone. La introducción de la publicidad fue progresiva y sutil, y a finales de los años 20 ya se había establecido una radio comercial profesionalizada.
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